Hay personas que durante toda su vida viven un eterno carnaval, pues no dudan en permanecer disfrazados ante los demás mostrando una imagen que no es realmente la suya. La careta les acompaña siempre y bajo un burlesca mueca de cartón se esconde, muchas veces, la necedad, la hipocresía, las malas artes y, por qué no decirlo, la ingratitud y la infidelidad. Cuántas veces hemos sufrido debido a algunos que nos rodean todo ello y nos hemos sentido como integrantes de una comparsa en la que unos, ellos, eran los que iban disfrazados y, otros, nosotros los sufridores de sus burlas.
Es mucha la tradición con que se ha vivido estos días que preceden a la Cuaresma, aunque en Orihuela, si bien esporádicamente se ha celebrado el Carnaval, y ha habido máscaras, mascaradas y bailes de máscaras a lo largo de su Historia, no ha llegado a consolidarse dentro del calendario festivo de la ciudad. Es posible que en ello hayan influido las prohibiciones civiles y religiosas y, sobre todo, la defensa a ultranza de la moral y las buenas costumbres, pues siempre se ha considerado este tipo de diversión dentro del mundo pagano, acompañado de una ruptura con las normas de comportamiento, escudándose en el anonimato que se adquiere tras la máscara y el disfraz. A este respecto, recordamos lo que decía en 1859, Pedro Antonio de Alarcón, en su 'Carnaval en Madrid': «Las máscaras retrotraen las costumbres al estado salvaje. Las convenciones humanas, las verdades legales, los principios que constituyen la vida común de los pueblos, se convierten en objeto de mofa y ludibrio». E incluso, llegaba hasta tal punto la consideración de enmascararse que, en 1583, Gerónimo Margarit, en un sermón que predicó en Santa María del Mar en Barcelona, planteaba la posibilidad y la duda de que fuera pecado mortal, llegando incluso a decir: «Ha se notado por muchos años de experiencia, que contando desde aquellos días de Carnestolendas el tiempo que ha pasado, viene cuenta justa con una muchedumbre de niños que al hospital llevan. De lo cual se colige la desdichada disolución de las máscaras, pues de ellas resultan tantos partos ocultos. Y claro está, que no todos salen a la luz, que por ventura muchos se abortan o se ocultan por otra vía. Y plego a Dios que no resulte desta perdición mal para todo el año y años, y que algunos hombres críen hijos ajenos pensando que son suyos».
En Orihuela, el 2 de febrero de 1913, 'El Conquistador', Órgano de la Juventud Jaimista, no dudaba en mantener una línea defensora de la moral, la cual se podría ver dañada por el carnaval, llegando a decir: «¿No ganarían mucho nuestras costumbres si fuera abolida de una manera absoluta?» Asimismo alertaba del peligro que suponía para las jóvenes católicas los bailes, aludiendo a la señora Stael, que indicaba que en los bailes dominaba «el instinto bestial» y proponía la santificación del Carnaval, sustituyéndolo por la práctica de buenas obras, mayor recogimiento interior, más constancia en la oración y dando limosna a los pobres. Pero, a la vista de las noticias que aparecen en 'El Diario' y en 'El Eco de Orihuela', se organizaron bailes por el Círculo Industrial y Mercantil en el Teatro Circo a cargo de Lucas de Gómez. Hubo música en la Glorieta en las tardes del domingo, lunes y martes en la que se entabló una incruenta batalla de confetis y serpentinas. Por la noche, se desarrollaron conciertos musicales a cargo de la Banda Municipal en las calles Alfonso XIII y Loazes, que estuvieron iluminadas con «arcos eléctricos», congregándose gran cantidad de personas en los cafés de Levante, Comercio y España. Una vez concluidos los conciertos, las damas invadían el Casino Orcelitano para dar culto a Terpsicore, musa de la danza.
El día 2 de febrero, primero de Carnaval, el baile en el Teatro Circo estuvo acompañado de un banquete servido por el restaurante regentado por Baldomero Galindo, con un menú con un precio de cubierto de 8,50 pesetas, a base de croquetas, pollo en salsa, menestra, asado de ternera y flan. El baile no estuvo muy concurrido, pues apenas eran siete parejas las que danzaban. Hubo pocas máscaras, destacando entre ellas una pareja disfrazada, la mujer de bailarina y el caballero de chulo. Lo único notable fue la orquesta dirigida por el maestro Adolfo Moreno que hizo la delicia de los asistentes con la interpretación de valses, mazurcas, pasodobles y habaneras. El lunes por la tarde, el baile tuvo que ser suspendido por falta de público
A nivel callejero, el domingo debido a la lluvia se vio deslucido el Carnaval, aunque a pesar de ello la Glorieta se encontró muy concurrida y asistieron gran cantidad de máscaras en las calles citadas anteriormente. Sin embargo no se dio muestras de originalidad en los disfraces durante esos días.
El antruejo o los tres días de Carnestolendas, daba paso a la Cuaresma, pudiéndose hacer un balance de lo que fue en ese año de 1913: gran número de participantes en las céntricas vías de Alfonso XIII y Loazes, abundando «bellas damitas, que asediaban con sus ingeniosas bromas a conocidos y desconocidos» y en los bailes del Teatro Circo, que estuvo artísticamente adornado, la asistencia fue desigual en las diferentes sesiones.
Sin embargo, aunque el ojo crítico de la moral ya había avisado, al parecer se le hizo poco caso. Pero, el disfraz no sólo se usó en esas fechas, ya que son muchos los que por su cinismo vivieron y viven durante toda su vida un eterno Carnaval, sin quitarse la careta del rostro.